La vida estaba en otra parte,
de esa forma en que ciertas mujeres no están para nosotros,
de esa idéntica forma en que nos negamos a estar
para ciertas mujeres.
La vida en ocasiones dejaba adivinarse,
acertaba a sugerirse en su esplendor,
nos concedía un poco de esa vida que todos merecemos,
donde los días bastan a nuestra ambición
y somos casi justos, animosos,
incapaces del llanto o la derrota,
donde tanto gustamos de la vida que la vida nos da
que creemos colmado el breve afán de gloria
a que todos, sin duda, tenemos derecho.
Eso dejaba adivinar la vida en ocasiones,
pero es tan rara la verdadera vida, y tan efímera,
que su misma importancia nada importa,
pues nos deja sabor de incumplimiento,
nos fuerza a desear la vida verdadera.
Quizá nunca entendimos el libro de la vida,
o, entendiéndolo, nos negamos a admitir su desenlace:
que el ocultamiento y la indisposición sean su esencia.
un enigmático no acudir a las citas.
un íntimo estar siempre en otra parte.
Porque la vida estuvo siempre en otra parte.